
Por: Guido Gómez Mazara.
En su infatigable vocación por subestimar la inteligencia ciudadana, franjas privilegiadas insisten en creer que su fortaleza patrimonial los faculta para retorcerlo todo. Asumiendo la escasa capacidad del resto, se convierten en bobos antológicos. Es decir, su inteligencia está´ asociada a ventajas y oportunidades en el marco de una formalidad educativa, lejana al entrenamiento y a las habilidades construidas a golpe de sobrevivir y obtener el doctorado indiscutido de la calle. La sociedad nuestra, desideologizada a fuerza de funcionarios sin ideas, se aferra a la apuesta de lo insustancial. Por desgracia, el contenido no reina y las vías que dispersan dicha agenda mercurial cometen el error de siempre. Así´ se define la cita de bobos. Todos convocados, y de manera estelar los periodistas, para la propalación del interés económico, revestido de porcentajes o simpatías y altísimos niveles de rentabilidad a sus promotores.
Debo evocar las pifias anteriores. Algunos procuraron la sombrilla de sus apellidos sonoros convencidos de heredar al que, desde su militancia cívica, pensaron de muñequito de papel. A partir de ahí´, se decidieron a esquilmar las arcas públicas, atrincherados en atractivos presupuestos educativos, los etiquetaron de superministros hasta pretender sacar un candidato desde un emporio de aviación. Caramba, no aprenden. Al final, es la industria de la política. Sin contenido, sometida exclusivamente a la majestad del dinero y sedienta de encontrar al bobo de turno, con el auxilio de inversionistas viejos o nuevos que, con el paso del tiempo, insisten en el error. Engañan una vez, engañan dos. Hasta que se les quita el velo.
¿Muy tercos, o bobos por siempre?